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¿La Naturaleza hace música?

CELID-Plural , en representación del programa More than Human (MOTH) de la Universidad de Nueva York, ha ingresado al SENADI una solicitud para registrar al Bosque Protector Los Cedros como coautor, junto con artistas e investigadores de varios países, de la obra musical. Canción de los Cedros . La canción ya puede escucharse en Spotify y fue presentada en el marco de la COP en Cali. El 100 % de los ingresos económicos será donado para la conservación del bosque.

La música que hacemos los humanos históricamente surgió como de los sonidos de la naturaleza, sus ritmos y melodías, los cuales nos han fascinado siempre. El propio cuerpo humano es un milagroso y complejo sistema natural cuya audición decodifica vibraciones, haciendo posible la música. La naturaleza, de la cual también formamos parte, siempre ha inspirado el arte.

Y, sin embargo, el derecho de autor ha desconocido siempre estos y otros aportes de la naturaleza.

Esta perspectiva ya no corresponde a los actuales descubrimientos de las propias ciencias occidentales, que hoy revelan la existencia de complejos lenguajes y procesos de comunicación que acontecen en la naturaleza. La bioacústica, apoyada en la inteligencia artificial, revela patrones sonoros únicos y complejos.

Con instrumentos tecnológicos actuales, hoy podemos escuchar los sonidos de la tierra, de los troncos y la savia de los árboles, de las plantas, mientras vamos decodificando el lenguaje de las ballenas, pájaros y otras especies; un nuevo universo sonoro que nos revela patrones matemáticos y proporciones que tejen el orden del universo entero, como postulaba Pitágoras.

Cuando estos aportes sonoros de la naturaleza se integran de forma determinante en obras musicales, mediante la interacción con autores humanos, es claro que sin esta interacción la obra creativa no podría existir tal cual existe.

En cuanto al requisito de originalidad que establece el derecho de autor, este tiene que ver más con el origen y diferenciación de la obra. Es decir, no interesa tanto la intención subjetiva y estética cuanto que la obra efectivamente proviene del autor y no sea una copia de obras preexistentes. Estos requisitos los cumplen con muchas aportaciones sonoras de la naturaleza.

En síntesis, es razonable cuestionar a estas alturas la visión que heredamos sobre la naturaleza y nosotros mismos, basada en una física y una ontología ya superadas. La naturaleza no es una colección de recursos, bienes o propiedades; es un sistema de sistemas de vida del que formamos parte, que hemos indagado, pero que también desconocemos en gran proporción. Es una artista y autora, e incluso nosotros somos una de sus obras.

En el caso ecuatoriano, la Constitución reconoce derechos no taxativos a la naturaleza, como lo ha desarrollado la jurisprudencia constitucional y la legislación. La ley no prohíbe la coautoría de la naturaleza. A la luz de las propias ciencias occidentales, en medio de la debacle planetaria actual, y consecuente con la plurinacionalidad e interculturalidad del Estado y la sociedad ecuatoriana, el SENADI tiene la oportunidad de hacer historia; Sin embargo, hacer historia siempre requiere inteligencia y valentía.

Ya es tiempo de dejar de minusvalorar a la naturaleza y de que nuestras instituciones reconozcan su valor, su belleza, su inteligencia y su rol profundo en nuestras vidas. En estos momentos de hecatombe planetaria, de sequías, inundaciones e incendios, esta ruptura epistemológica puede contribuir a la revolución ética que urgentemente requerimos. El reconocimiento del valor artístico de la naturaleza es un paso en dirección a la justicia que merece.


Agustín Grijalva

 

 

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